Desde que Anastasio, Obispo de Alejandría -uno de los hombres más ilustres y preclaros entre los llamados “Padres de la Iglesia”-, utilizó por primera vez, en el año 367, la palabra “canon” en una de sus cartas para referirse a la lista de libros reconocidos como dignos de ser considerados escritos sagrados de inspiración divina, el Canon de la Escritura ha sido uno de los puntos de mayor debate en el seno de la cristiandad.
¿Qué libros son los que propiamente forman parte del texto bíblico? – ¿Quién decidió qué libros debían aceptarse o rechazarse? – ¿En qué se fundamentó tal decisión? – ¿Continúan teniendo validez tales argumentos en el día de hoy? Por otro lado, nuestra sociedad actual, tan aficionada a lo esotérico y fácilmente encandilada por todo aquello que tenga aureola de “misterio”, se ve con frecuencia perturbada por un enjambre de escritores sensacionalistas que recurren a supuestos escritos “secretos” o escondidos atribuidos a escritores bíblicos para apoyar sus fantasías. – ¿Qué hay de cierto en todo esto? – ¿Es el Canon de la Sagrada Escritura un canon cerrado? – ¿Cabe pensar en la posibilidad de añadir otros textos originales en caso de ser actualmente descubiertos y probada su autenticidad?